martes, 16 de diciembre de 2008



Esa noche me entretuve más de la cuenta frente al espejo, cambié los vaqueros azules por los negros y luego otra vez por los azules, y dudé entre el jersey y la camiseta escotada, no hay queja en ese aspecto, aún cuando mi cuerpo se empeña en adelgazar tanto, “nada que no se cure con panceta”, me dice un amigo, aunque yo le cuento que no, que son los nervios y que estoy triste, supongo.

Finalmente, me puse el vestido nuevo. Me arreglé, y fregué el cuarto de baño, antes de encaminarme a buscarte, con el extraño ronroneo en la barriga, con la sensación de que esa noche ya la había vivido, pero sin duda fue mucho peor.


Pero tras ése rato horrible contigo, no me quedó otro remedio que volver a ése puto bar. El bar donde pasamos tantas fiestas cuando ellas, esas tres personas fundamentales en mi vida, vivían aquí, y no estaban desperdigadas por distintos puntos del mapa intentando buscar curro y arreglando sus vidas. Huir, sí en cierto modo. Tal vez esa sería la solución.

El plan, daba igual, el plan contigo había fracasado, así que concierto, sonrisa color carmín. Verborrea automática, escote, sí, mucho, para contrarrestar mi timidez.


Jódete, pensé. Jódetejódetejódete.


Cuando entré, el concierto ya había comenzado.
Recorrí con la mirada a todos los que conocía, vi sus caras, sus cuerpos, al contario que el mío, más gordos que entones.
Saludé primero a Eva, una de mis múltiples compañeras de banco en la universidad que me eran indiferentes, que me contó algo sobre unas oposiciones, su trabajo en Stradivarius y algo más, lo cierto es que no la escuchaba hacía un rato, pero le sonreía y le decía que sí con la cabeza, como si me importara. Afortunadamente, me libré pronto, cuando subió al baño a meterse una raya, y no pude evitar preguntarme si yo también tendría esa pinta de putón verbenero ligeramente desahuciado. Y por que no, despechado, sí.

Al resto de conocidos, los saludé con la cabeza, imposible hablar cuando Carlos está cantando y monta su tremendo espectáculo, así que me fui por el primer Jack Daniels.

Cuando me apoyé en la barra, me di cuenta que el bar ya no tenía el olor de antes. Ahora era triste, olía a moho y bebida fermentada, agrio. Intenté olerme a mí, por saber si también el mío había cambiado, pero nunca consigo olerme. Pensé en lo fácil que me resulta distinguir tu olor y poder describirlo. En realidad, podría moldear una figura con la arena mojada que describiese tu olor, pero para eso necesitaría estar en la playa, tal vez en esa playa que nos debemos una excursión, pero recordé que ya no iremos a ninguna parte.

Mientras pensaba en todo esto, el camarero nuevo me sorprendió olisqueándome, pero me dio exactamente igual lo ridícula que pareciera la situación, porque en realidad la situación era estúpida desde el principio.

Me puso mi copa, y charlé un rato con Antonio de lo de sus pulmones, una putada, sí. En ese momento, el guitarrista retozaba por el suelo y la gente se enardecía y chillaba cantando Sail Away. En las primeras filas, por denominar de alguna manera el enjambre humano, ya había un nutrido grupo de gilipollas que acompañaban al guitarrista y chapoteaban en charcos de cerveza y whisky. Lástima de bebida, pensé. A continuación, intenté despegar mi codo de la barra.

En realidad el puto concierto me daba igual. Y cada día que veía a ese grupo me parecían peores. Todo me daba igual, porque me estaba volviendo loca.Subí las escaleras hacia los servicios adelantando a un grupito que iba a meterse unas filas, y mirando con cierta envidia a dos parejas que se devoraban en los sofás de arriba.


Me encerré, me apoyé en la pared y cerré los ojos fuerte.
Y mierda, así tampoco arreglaba nada. Pensé en escribirte un mensaje, pero tampoco tenía sentido, hacía ya mucho tiempo que no te molestabas en contestar, porque no tenías nada que decir. Nuevamente, huir, podría ser la solución, sí .
Bajé, como pude, me miraron mientras lo hacía, claro, con ese vestido tan corto, tal vez eran mejor los vaqueros al final, pero pensé que te gustaría verme las piernas, pensé que te gustaría enredarte en ellas otra vez. Pensé erróneamente, como siempre.
Dejé la última copa en la barra, decidí volver a casa.
Sola.
Lloré, mierda, lloré mientras conducía.Y me prometí sin ninguna fe, que sería la última vez que lo hiciera. Sería peor cuando me metiera en la cama.


Todos estamos solos, supongo.



Así, que mejor ir acostumbrándose.




*

3 comentarios:

Yoni Melavo dijo...

A muchas jovenzuelas os encanta que no os respondan a los sms, que pasen de vosotras.

A pesar de que sólo los animales humanos tropezamos siempre en las mismas piedras, algunas mujeres luego maduran, aprenden y se dan cuenta de lo que es importante, deshechando de la cabeza los pájaros malos y haciendo volar en la realidad a los buenos.

Queréis del hombre sexo y silencio sobre todo.

Y si no estás de acuerdo con esto que te digo analízalo y rebate si te parece.

Ojalá encuentres cierto orden en el caos.

*Laura* dijo...

Oh, sí, varias cosas.

En primer lugar, muchas gracias por lo de jovenzuela, mucho mejor que jovencita.

Segundo, los hombres, por lo general, en este caso el tuyo en particular, tienen una pretenciosa costumbre de decir lo que nos gusta o no nos gusta a las mujeres. Curioso, sobre todo cuando yo no me siento capacitada para saber lo que quieren o lo que le gustan a los hombres en general, y me parece estúpido realizar afirmaciones de tal tipo en plan "A muchas jovenzuelas os encanta que no os respondan a los sms, que pasen de vosotras", sustituyéndolo, por ejemplo "a los tíos lo que os mola es que pasen de vosotros y que os den caña". Si fueran así las generalidades, creo que el mundo sería bastante más aburrido. Mucho más aburrido.

En realidad, yo, como mujer, no me atrevería a afirmar lo que nos gusta a las mujeres, así que fíjate tú, que suerte tienes de creer saber lo que nos gusta a las mijeres o no.

En segundo lugar, estás opinando de un relato que ya te lo digo directamente, es totalmente ficticio, no creas que las jovenzuelas cuando escribimos lo hacemos cogiendo nuestro diario rosa con fotos de Brad Pitt.

Y créeme, yo del hombre no quiero nada, y cuando lo quiero, ya lo busco. Sin más.

Estoy agusto con mi madurez, gracias.
Y gracias a ella me abstengo de hablar de las relaciones humanas y de las personas que no conozco como si viniera de vuelta de todo.

No, como observarás, no estoy de acuerdo.

Pero gracias por tu opinión de hombre maduro para esta jovenzuela desprotegida.

Un saludo.

*Laura* dijo...

y suponiendo que seas un hombre, el nombre que utilizas para tu firma, me parece tremendamente manido.

Otro saludo.