sábado, 25 de abril de 2009

Enseguida me di cuenta de este detalle pues estoy un poco tocado de la cabeza con el tema del calzado. Mi chifladura se remonta alos tiempos de la guerra, a lo largo de la ocupación alemana. Recuerdo el otoño de 1942: no tardaría en llegar el invierno y yo no tenía zapatos. Los viejos estaban hechos trizas y mi madre no tenía dinero para comprarme unos nuevos. Los zapatos accesibles a los polacos costaban cuatrocientos zlotys; la parte superior estaba hecha de dril impregnado por una sustancia alquitranada, impermeable y las suelas, de madera de tilo. ¿De dónde íbamos a sacar cuatrocientos zlotys?(...)
El señor Skupiewsky se dedicaba a una manofactura casera: fabricaba pastillas de jabón, todas del mismo color: verde. -Te daré pastillas de jabón a comisión-me dijo,-cuando vendas cuatrocientas tendrás para los zapatos y la deuda me la devolverás después de la guerra. En aquellos momentos aún se creía que la guerra tenía los días contados. (...)
Tenía yo entonces diez años y el que nadie me quisiese comprar aquellas dichosas pastillas de jabón me hizo verter la mitad de las lágrimas de toda mi vida.(...)
Llegaron los últimos estertores del otoño y el frío me mordía tan dolorosamente los pies que tuve que abandonar el negocio. Había reunido sólo trescientos zlotys, pero la generosa mano del señor Skupiewsky añadió los cien que faltaban. Mamá y yo compramos unos zapatos. Si se envolvía el pie en un gruso peal de fieltro y, además, en papel de periódico, se podía caminar con ellos incluso durante las mayores heladas.


Pasados los años, cuando vi que en la India millones de personas iban descalzas, afloró en mí un sentimiento de comunión, de hermandad con aquellas gentes, y a veces incluso me embargaba ese estado de ánimo que se experimenta cuando se retorna al hogar de la infancia.

Ryszard Kapúscinsky, Viajes con Heródoto.


*

No hay comentarios: