
Esa noche me entretuve más de la cuenta frente al espejo, cambié los vaqueros azules por los negros y luego otra vez por los azules, y dudé entre el jersey y la camiseta escotada, no hay queja en ese aspecto, aún cuando mi cuerpo se empeña en adelgazar tanto, “nada que no se cure con panceta”, me dice un amigo, aunque yo le cuento que no, que son los nervios y que estoy triste, supongo.
Finalmente, me puse el vestido nuevo. Me arreglé, y fregué el cuarto de baño, antes de encaminarme a buscarte, con el extraño ronroneo en la barriga, con la sensación de que esa noche ya la había vivido, pero sin duda fue mucho peor.
Pero tras ése rato horrible contigo, no me quedó otro remedio que volver a ése puto bar. El bar donde pasamos tantas fiestas cuando ellas, esas tres personas fundamentales en mi vida, vivían aquí, y no estaban desperdigadas por distintos puntos del mapa intentando buscar curro y arreglando sus vidas. Huir, sí en cierto modo. Tal vez esa sería la solución.
El plan, daba igual, el plan contigo había fracasado, así que concierto, sonrisa color carmín. Verborrea automática, escote, sí, mucho, para contrarrestar mi timidez.
Jódete, pensé. Jódetejódetejódete.
Cuando entré, el concierto ya había comenzado.
Recorrí con la mirada a todos los que conocía, vi sus caras, sus cuerpos, al contario que el mío, más gordos que entones.
Saludé primero a Eva, una de mis múltiples compañeras de banco en la universidad que me eran indiferentes, que me contó algo sobre unas oposiciones, su trabajo en Stradivarius y algo más, lo cierto es que no la escuchaba hacía un rato, pero le sonreía y le decía que sí con la cabeza, como si me importara. Afortunadamente, me libré pronto, cuando subió al baño a meterse una raya, y no pude evitar preguntarme si yo también tendría esa pinta de putón verbenero ligeramente desahuciado. Y por que no, despechado, sí.
Al resto de conocidos, los saludé con la cabeza, imposible hablar cuando Carlos está cantando y monta su tremendo espectáculo, así que me fui por el primer Jack Daniels.
Cuando me apoyé en la barra, me di cuenta que el bar ya no tenía el olor de antes. Ahora era triste, olía a moho y bebida fermentada, agrio. Intenté olerme a mí, por saber si también el mío había cambiado, pero nunca consigo olerme. Pensé en lo fácil que me resulta distinguir tu olor y poder describirlo. En realidad, podría moldear una figura con la arena mojada que describiese tu olor, pero para eso necesitaría estar en la playa, tal vez en esa playa que nos debemos una excursión, pero recordé que ya no iremos a ninguna parte.
Mientras pensaba en todo esto, el camarero nuevo me sorprendió olisqueándome, pero me dio exactamente igual lo ridícula que pareciera la situación, porque en realidad la situación era estúpida desde el principio.
Me puso mi copa, y charlé un rato con Antonio de lo de sus pulmones, una putada, sí. En ese momento, el guitarrista retozaba por el suelo y la gente se enardecía y chillaba cantando Sail Away. En las primeras filas, por denominar de alguna manera el enjambre humano, ya había un nutrido grupo de gilipollas que acompañaban al guitarrista y chapoteaban en charcos de cerveza y whisky. Lástima de bebida, pensé. A continuación, intenté despegar mi codo de la barra.
En realidad el puto concierto me daba igual. Y cada día que veía a ese grupo me parecían peores. Todo me daba igual, porque me estaba volviendo loca.Subí las escaleras hacia los servicios adelantando a un grupito que iba a meterse unas filas, y mirando con cierta envidia a dos parejas que se devoraban en los sofás de arriba.
Me encerré, me apoyé en la pared y cerré los ojos fuerte.
Y mierda, así tampoco arreglaba nada. Pensé en escribirte un mensaje, pero tampoco tenía sentido, hacía ya mucho tiempo que no te molestabas en contestar, porque no tenías nada que decir. Nuevamente, huir, podría ser la solución, sí .
Bajé, como pude, me miraron mientras lo hacía, claro, con ese vestido tan corto, tal vez eran mejor los vaqueros al final, pero pensé que te gustaría verme las piernas, pensé que te gustaría enredarte en ellas otra vez. Pensé erróneamente, como siempre.
Dejé la última copa en la barra, decidí volver a casa.
Sola.
Lloré, mierda, lloré mientras conducía.Y me prometí sin ninguna fe, que sería la última vez que lo hiciera. Sería peor cuando me metiera en la cama.
Todos estamos solos, supongo.
Así, que mejor ir acostumbrándose.
*